Por Freddy X. Jaramillo Vargas.
Mutilados de un destino,
si podría caber el término, son cientos, son miles o más bien cientos de miles;
y en la inocencia de su esperanza
especula el interés y la ambición de una transacción prohibida, del tráfico de
sueños y de un futuro por demás poco alentador.
Y tras de ellos
la miseria, la realidad inédita para pocos, la verdad absoluta de muchos. Familias
enteras, niños, ancianos y jóvenes, la confluencia de un grito unísono que pide
clemencia, la personificación del “grito desesperado.” Por todo aquello me he
animado a escribir de manera incierta, como una acción lirica inspirada en la
amargura que yace en la desesperación que nos alienta la inequidad y la
injusticia social, de nuestro pueblo, de nuestro mundo.
Proliferan y se
reproducen, se acrecientan con la sutileza orgánica que promueve la necesidad
del abrigo ante la inclemencia de la vida, del clima y la ciudad. Todos irán de
a poco ajustando sus sueños a la benevolencia promiscua y limitada pero cierta
de las charlatanerías de aquel día en que les ofertaron un espacio digno, una
tierra propia, un lugar donde crecer, donde vivir y salvaguardar el fruto de su
incansable trabajo.
Mas la constancia es característica
en su expansión, en un entorno polvoriento común, entre charcos de lodo y de
agua fétida, entre coloridas montañas de basura, entre la incertidumbre
sanitaria, la violencia desmedida, la
escasa educación, los abuso de edad y de género, la desnutrición, la alarmante discriminación
social y una larga lista mas de problemas sociales posteriores al previo,
repugnante y mayor abuso cometido por los seres más viles que puedas imaginar,
por ciertos y tantos traficantes, que lucran con los sueños y se valen de ofrendas,
de una tierra prometida que con el tiempo se convertirá tan solo en la promesa
de una tierra.
Tras de aquello mil falacias, la
que conocemos todos e incluso en la cual
en primera fila reposan los cuerpos inertes de las autoridades principales que a
sabiendas de lo enfermo que esta el mundo, hacen oídos sordos y vistas ciegas a
la realidad que se maquina en una dimensión directa a sí mismos (su ciudad) a
la cual un día procuraron defender e incluso mejorar pero que hasta que eso
tome efecto, los otros, los muchos, vivirán en aquello, en lo informal de su
ilegalidad.
No podemos condenar a nuestra
gente a una vida impropia e inhóspita, tenemos que pensar en futuro,
convertirnos en gente de avanzada, destrozar mitos y realidades absurdas,
conocer que nuestra ciudad es una sinergia de actores, de actrices, de múltiples
ambientes los cuales deben de propiciar las condiciones ideales para el sano
disfrute de la vida, de la salud y claro, de la ciudad.
Planteemos cosas diferentes, no
nos limitemos, la tierra y su tenencia no comienzan y termina en la exagerada
privatización tan normal de nuestra América Latina, ni tampoco en la utopía de
la “NO” tenencia comunista. No es ni pan, ni mermelada, es la confluencia de
una acción participativa de la gente, los deseos provechosos de un buen vivir y
lo responsable de la dignidad que merecemos lo cual nos guiaran a una verdadera
TIERRA PROMETIDA.